La revolución cultural que realizaron los tecnócratas a partir de 1958 ya ha influido en la conciencia social. Las aceleraciones y los frenazos han magullado a los viajeros de metro o autobús, pero se les ha inculcado la sabiduría convencional de Rostow o Galbraith, y se intercambian miradas de inteligencia antes de musitar: Ya se sabe, pasamos una fugaz etapa de recesión, y a continuación, el andaluz de Jaén, ex aceitunero altivo, que ya sabe de quién son esos olivos, comenta: Hay que esperar de nuevo el despegue reactivador. Mientras tanto, el supermán del consumo, el miniburgués nacional, recorre, perplejo, una página de anuncios llena de estímulos. ¿Qué comprar? ¿Paisaje? Tal vez sea una buena inversión. Los papás de todo el asunto, Juan Jacobo Rouseeau y los románticos seguidores, ya dijeron aquello del hombre libre en la naturaleza libre. Este principio, que respaldaría la libertad de empresa, que ha engordado a la burguesía y que le ayudaría a ganar dinero gracias a la ciudad, se convierte ahora en la especulación del paisaje. Hay que comprar diez mil palmos cuadrados de paisaje para que el eficaz ejecutivo se oxigene cuarenta y ocho horas y vuelva engrasado a la ciudad, a seguir alimentando con ideas y decisiones la gran maquinaria del tingladito. ¿Qué comprar? Ya dicen los exegetas de la cultura del objeto, los exegetas del diseño industrial como máximo lenguaje cultural de nuestro tiempo, que la tradición de esta cultura es incipiente. Cuando se haya desarrollado, la imaginación programadora industrial inventará maravillas para satisfacer la perplejidad consumista del supermán nacional: submarinos convertibles en bocadillos de morcilla malagueña, jamones con chorreras convertibles en helicópteros, con o sin ametralladora, escafandra de buzo convertible en cama de matrimonio con mesitas de noche aplicadas, palacios neoclásicos de bolsillo susceptibles de ser hinchados con la mismísima boca del supermán. La relativa prosperidad nacional que se manifiesta a nivel proletario en la posibilidad de emigrar en tren con asientos tapizados de plástico, y a nivel de supermán en la posibilidad de ir una vez a la semana a ver qué hace la vanguardia en Bocaccio Boite o en el Oliver madrileño, sirve de capa aislante en torno a la madriguera compartida. Ya se vio muy claro que pocas cosas afectaban a los allí refugiados cuando a raíz de los acontecimientos del Congo, recién inaugurados los felices sesenta, se propagó una canción tan poco solidaria como la que decía:(Helicópteros, submarinos, y no sé si hasta las escafandras de buzo, eran proclamados entusiásticamente como inventos españoles en escuelas, medios de comunicación, enciclopedias y bares: De la Cierva, Peral, Monturiol en segundo plano...)
Según dice la prensa
la tensión es inmensa
y el problema no es manco
porque tiran al blanco.
Si manda Lumumba,
si hay lío en Katanga,
menuda sandunga
que se organizó.
Katanga, Lumumba.
Lumumba, Katanga,
menuda mandanga
que tiene el gachó.
¿Qué pasa en el Congo?
Que blanco que pillan
lo hacen mondongo.
domingo, 19 de agosto de 2012
Lecturas: Crónica sentimental de España (para una arqueología del pelotazo)
... dale que te pego...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.