domingo, 2 de septiembre de 2012

Homilía breve a los jóvenes soldados

Permítanme, ya que es domingo.

El siguiente razonamiento arranca en la entrada que ayer hicimos sobre Bobby Bradford y su consideración en la historia del jazz, y en concreto en algunos aspectos que quedaron en suspenso. Normalmente este tipo de pláticas solía hacerlas de viva voz y junto a la barra de algún bar, pero, como me he quitao, voy a servirme de este humilde púlpito para hacer la presente.

Desde tiempo inmemorial adquiero algunos suplementos culturales por inercia, por la más estúpida y pura de las inercias, y a pesar de los cabreos que con frecuencia me agarro. Hay épocas en las que resisto y hago huelga, pero como no soy muy constante ni voluntarioso, acabo por abdicar y volver a ello. Ayer volvió a pasar una vez más -lo de cabrearme-, y no será la última.

Les voy a decir qué es lo que más me fastidia. Cuando se ponen en plan "lo que hay que tener", como si los lectores fuéramos una panda de ignorantes. Canones por aquí, canones por allí; canones por arriba, canones por abajo. Ya no recuerdo de lo que se trataba exactamente ayer, pero da igual.

En medio del desatino general, una estupenda columna titulada "La cuestión del gusto" que venía firmada por el escritor y catedrático peruano Julio Ortega. Una reflexión sobre el "gusto" del que se desprendían cosas muy interesantes acerca de cómo abusamos de él. Cómo lo usamos para evitar el diálogo y encerrarnos aún más para así blindar nuestro solipsismo, como rejilla totalizadora, o simplemente como arma arrojadiza. Un fragmento fantástico:

"Hoy sabemos que el gusto personal es otra prueba de nuestra fugacidad. La historia literaria es, por ello, una economía del olvido: sólo recordamos gracias a lo mucho que olvidamos."
(...)

Tras una pausa para reflexionar sobre estas palabras, lo primero que me vino a la cabeza es que podíamos cambiar "literatura" por "jazz", o incluso dejar a la "historia" sola, sin más acompañantes que esos recuerdos y olvidos. El personaje de Bobby Bradford del que hablábamos ayer es uno de los incontables que se pierden por los bordes de estas canónicas listas.

Esto ocurre en todos los ámbitos y nos ocurre a todos. Sin embargo, hay responsabilidades distintas. Por ejemplo, un profesor que sólo enseña a sus alumnos aquello que está estipulado debe ser enseñado y lo que no lo está, no, es un caso muy distinto y más grave que el darle la brasa a un colega un día de excitación etílica (por poner un caso). Claro, no es cosa fácil, ¿quién decide lo que sí o lo que no? Tal vez la cosa sea que no hay que decidir nada. Los mejores profesores que he tenido se han caracterizado fundamentalmente por dos cosas. La primera, por no tratarme como a un ser inferior, inmaduro y estúpido. La segunda, por incitarme a buscar por mí mismo, y no por entregarme un menú cerrado en el que si uno gusta de algo que no está contenido en él, pues se tendrá que quedar sin ello.

Al hilo de esto, recupero una declaración del Bradford enseñante que venía en uno de los artículos enlazados ayer:
"I don't think you can teach creativity, exactly," Bradford explained. "You can tell people what you do to be creative and show them what others do. And there are some nuts and bolts -- you can say these things are present: One -- You have to have a healthy irreverence for what everybody else is doing; two -- you have to be willing to take risks; and three --you have to be really confident that what you're doing is for you. This is true not just for jazz, but for any kind of creative environment."
Muy claro, la creatividad no se puede enseñar, pero se puede alentar. Pero para ello hay que ser muy escrupuloso. Basarlo todo en los canones, las primeras figuras, los grandes nombres, etc., lo siento pero, no funciona. Es antitético.

Y todo esto es especialmente grave cuando se trata de gente joven, curiosa y ávida de conocimientos (y también de descubrir las cosas por uno mismo, lo cual es un gran placer), como debe ser. Así pues, jóvenes amigos, músicos o no, si tenéis la certeza o tan solo sospecháis que alguno de vuestros profesores os escatima algo u os impide pensar por vosotros mismos, levantar el vuelo y crecer; no lo dudéis ni un instante, dadle una patada en el culo.

Amén.


Hermano Lázaro
Capellán del hotel

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