Fantástico día ayer para los aficionados al rugby en Barcelona. Tuvo lugar uno de los cuatro partidos de cuartos de final de la Heineken Cup, el equivalente a la copa de Europa de clubs, que enfrentaba a la Union Sportive des Arlequins de Perpignan (USAP) y al Rugby Club Toulonnais, de Toulon. Por razones de todos sabidas, o mejor dicho, imaginadas -ya saben, pasta, contratos televisivos, y más pasta-, resulta que promotores y organizadores impusieron a los equipos la condición de que a partir de esta fase de la clasificación los partidos debían realizarse en campos que tuvieran una capacidad mínima de 25.000 personas. Es curioso porque, aún y siendo el sur de Francia un reducto del rugby, muchos de los clubs más competitivos no tienen campos tan grandes. Por ejemplo, la USAP, que por clasificación previa tenía el derecho de ser el local en esta eliminatoria a partido único, se vio obligada a elegir el estadio olímpico de Barcelona ya que el suyo, el Aimé-Giral, tiene tan sólo 14.500 localidades.
Así que, gracias a este detalle burocrático ayer pudimos disfrutar en directo de una gran tarde de rugby, y no cualquier cosa, sino de un partido de la Heineken Cup. A partir de ahora, y ya que sólo soy un aficionado principiante (les aseguro que hay algunas reglas que por más que lo intento luego no consigo entenderlas: es un juego increíblemente dinámico, en el que las líneas no cesan de desplazarse), voy a hablarles de lo que rodeó al evento.
No sé si lo sabrán pero en el mundo del rugby es una tradición reunirse antes del partido, a última hora de la mañana o al mediodía, en los alrededores del campo para comer y confraternizar. Las aficiones de los equipos en liza pasan el día juntos antes de acceder al recinto. Comiendo y bebiendo. Y es algo intergeneracional: implica desde abuelos a nietos. Esto pasa en las islas británicas y en Australia y en todas partes donde hay rugby, y obviamente también en Francia.
Resulta que la directiva de la USAP pidió permiso al Ayuntamiento de Barcelona para hacer una gran caracolada antes del encuentro, algo que además es tradición suya, así como en Sudáfrica o otras partes se arman barbacoas. El Ayuntamiento de la ciudad condal, con su proverbial miopía, les dijo que no. Que según las ordenanzas no se podía hacer bla bla bla.
Mientras subía hacia el estadio fuí testigo de escenas de renoiriana grandeza (aunque esto pueda parecer un contrasentido). Familias enteras -hay que insistir en lo de la diversidad de edades- apostadas en los laterales de las carreteras y en las zonas ajardinadas de la montaña de Montjuïc, comiendo y bebiendo la comida que traían y que, a buen seguro, tan cariñosamente habían preparado. Según mi punto de vista, un ejemplo de una forma de vivir el deporte colectiva, lúdica y vital. Y aquí es donde no nos queda más remedio que volver a mencionar a nuestros políticos locales. Políticos que, por cierto, son del mismo color desde la reanudación de los comicios municipales en democracia -y, particularmente, pienso que además son del mismo color que los que había antes... con distintos collares, eso sí (¿o es al revés?).
Bien, volvamos a la cosa: resulta que estos cerebros -del ayuntamiento- decidieron que no, que había unas ordenanzas y que éstas están para ser cumplidas. En fin, lo que hemos perdido, aunque no sea algo irreversible, es la oportunidad de que se nos contagie algo de una manera de vivir un deporte de grupo, de contacto y de pelota, cuya gente -practicantes y aficionados- han sabido sostener una forma de concebirlo que, lamentablemente, cada vez nos parece más anacrónica, sobre todo en un país como el nuestro, en el que el deporte rey es el fútbol. Claro, el Ayuntamiento de Barcelona, que se caracteriza por aplicar eficientemente cualquier medida, por absurda que sea, e incluso por aplicar no-medidas con el mismo tesón, debieron pensar que ya estaba todo inventado, y que nada como el cordón policial separador ofrecía las prestaciones que a ellos les interesan. Para ahora y para el futuro. (Y no digo que ayer pusieran policías separando a las aficiones, sino que volvieron a hacer gala de la poca cintura que tienen cuando se trata de vislumbrar posibilidades reales de mover las cosas para bien).
Preguntarse por la finalidad de dichas prestaciones es lo que en verdad da miedo. En el fondo todo se reduce a lo siguiente: los del ayuntamiento de mi ciudad siempre han tenido alergia a todo aquello que ellos no pueden controlar. Es así de sencillo. Una palmaria prueba de su talante desconfiado y ademocrático.
Entre tanto, ahí van las dos transformaciones de golpes de castigo que materializó el zaguero de la USAP, Jérôme Porical, en el primer tiempo (disculpen la lejanía, pero es que estaba en el palomar).
Ah, el resultado, por si les interesa, fue: USAP, 29 - RC Toulon, 25. La USAP pasa a semifinales. En el próximo post volveremos a la música.
es lo que tiene esta sobredosis de legisladores democratas de los que disfrutamos años ha. que cuadriculan todo y se echa en falta algo de libertad. ¡como hubieras disfrutado de uan buena caracolada!. las ganas que tengo que empiecen las fiestas musicales con merendolas campestres por aqui arriba al otro lado de pirineos!!!!!
ResponderEliminar