La cosa del pantano, un encuentro entre Agustí Martínez (saxo alto) y Quicu Samsó (batería) que tuvo lugar en Barcelona en julio de 2009.
Ahora desempolvado por el sello Discordian, con masterización y envoltorio de El Pricto. Enlace para escucha o compra/descarga.
Reseña en Cuadernos de Jazz.
"Barcelona subterránea", un buen -y necesario- artículo de Jaime Gonzalo sobre los heterodoxos de la escena musical barcelonesa de los años 70 y 80.
En el último número de Rockdelux, 309, de septiembre de 2012.
Sabemos que el mismo Gonzalo está preparando una antología de esa misma época y esas mismas bandas. Se espera.
"No he recordat fins fa uns minuts que precisament avui hi ha actuació dels Macrovolum a la sala Parking, ben bé a prendre per cul, més enllà de la cúpula de tro cantonada Pere IV."
"L'actuació acaba en un ambient d'estupefacció controlada de la qual brollen mostres d'entusiasme sense control. Una reacció habitual, per altra banda."
"Aprofita per fullejar l'exemplar de La Vanguardia. Prescindeix de les tèbies fotografies de polítics decidint què fer amb tota la merda que carreguen a les espatlles i s'atura a la secció local, on de tant en tant floreix alguna perla. Més d'un tema dels Macrovolum ha començat posant fil a la'gulla en els racons més inhòspits d'aquesta secció."
Tres fragmentos de la pirmera novela de Sebastià Jovani, Emulsió de ferro (La Magrana, 2009), un "policíac ben cuit" ambientado en el barrio de Gracia. El protagonista de la misma es el detective-clarinetista Víctor Neige, un trasunto (o así) de Víctor Nubla.
Víctor Nubla y Juan Crek (que en la novela aparece como Craker) formaron Macromassa (ergo Macrovolum) en 1976 (y todavía siguen), también en el barrio de Gracia.
En 1978 aparecía su primer disco, el single Darlia microtónica (que en el libro se llama Petúnia microestàtica), que no era más que un extracto de unas actuaciones que habían hecho en la sala Màgic de Barcelona en septiembre de 1976. Además de Nubla (todavía llamado en el disco Agoom An-huba, saxo sintetizado y wah-wah) y Crek (audiogenerador), les acompañaba el Doctor T-azul (Albert Giménez, guitarra eléctrica y efectos).
La novela transcurre en unos pocos días de noviembre de 1976, supuestamente un mes después del "exitoso" stage de Macromassa en la sala del Borne.
Este fue uno de los primeros discos que compré. No el primero, primero, pero quizá sí entre los 30 o 50 primeros (y así me he quedado).
Siempre he querido escribir algo sobre él para el blog, pero no sabía muy bien que decir (demasiadas imágenes arremolinándose ahí dentro, tal vez). No obstante, hay una imagen de la ciudad de Barcelona que asocio con el sonido de la Darlia.
Esta foto, que pertenece al fondo del Arxiu Històric del Poblenou, nos muestra una imagen del distrito de Sant Martí de Barcelona a principios de los años 40. Ese edificio moderno que surge desde la mitad del margen derecho hasta el centro de la fotografía, y que en ese extremo aún está a medio construir, era la nueva fábrica de la Hispano-Olivetti, que entró en funcionamiento el año 1942. Justo arriba, al fondo de todo y semiocultas tras el humo, pueden verse la Torre de les Aigües y la gran chimenea de la vieja fábrica Macosa. A la izquierda, en el cuadrante superior, puede verse la nave de Can Jaumandreu y detrás puede apreciarse la torre del reloj de Can Ricart.
Dirán, hombre, entre los años 40 y finales de los 70 hay un largo trecho. Pero, no se crean que en ese tiempo había cambiado mucho la cosa. Recuerdo haber visto el Poblenou más o menos así, e incluso ya entrados los 80.
Era una ciudad industrial, gris y agresiva, y esta imagen lo refleja bien. Como también lo hace la Darlia.
Vamos a hacer un ejercicio de gimnasia mental, para que con esta canícula nadie se amuerme demasiado.
Vamos a hablar de una cosa en el estilo del huecorelieve (siempre en nuestra línea, más hueco que relieve).
El mediodía del lunes 20 de agosto, asistimos al concierto del dúo de Pablo Selnik y Marco Mezquida en la plaza Rovira y dentro de la fiesta mayor del barrio de Gracia. Eso era casi justo un año después de haberlos visto en otra plaza graciense, la de Rius i Taulet (la del reloj).
Llamamos estilo "huecorelieve" en nuestra particular e intransmisible jerga a aquella forma de referirse a una cosa sin mencionarla de un modo directo, explícito. ¿Dando rodeos, dirán? Ni tan siquiera. Diciendo lo que no está, lo que no es inherente de un modo físico o plausible a la cosa de la que en realidad se quiere hablar. Todo aquello que puede servirnos para referirnos a lo que nos queremos referir de un modo tangencial, sin que en el fondo nos importe qué piensan los propios protagonistas o los hipotéticos lectores. Este nuestro blog no es un blog crítico, es un blog paraperiodístico (o sea, que se las da de una cosa que no es.)
Pero, al trapo.
La noche antes de eso, la del domingo 19 de agosto, enganchamos una vieja película en la tele que habíamos visto tiempo ha, cuando la estrenaron. Una película de 1981 llamada El ojo de la aguja, dirigida por Richard Marquand, protagonizada por Donald Sutherland (genial, as usually) y basada en un best-seller de Ken Follet. El punto de partida es el de cualquier historia de espias ambientada en la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra. Ese subgénero, con sus distintas maneras de hacer, algo de intriga, algo de policiaco, mucho de ideología liofilizada, se extiende durante toda la primera parte de la película. Entonces, la segunda parte da un pequeño giro. El personaje principal (un espía alemán, en una de esas interpretaciones de Sutherland que valen una película... al menos en este caso), y con él la acción, se traslada a una de esas inhóspitas y aisladas islas del mar del Norte, llamada aquí "Storm Island" (que, de hecho, es el título original en inglés del libro). Da comienzo la segunda parte de la historia, o al menos de la película, que va a tener un tono y unas maneras distintas: sigue habiendo la trama de espionaje, pero los elementos que la sustentan se tornan más amenzazadores y misteriosos; el ambiente oscuro y tempestuoso sirve de telón para un melodrama en forma de historia de amor un punto exacerbada que se desarrolla entre una mujer que vive en la isla con su marido paralítico y su hijo, y "la Aguja", el frío y temible espia alemán. Podríamos decir que es otra película distinta.
En su momento recuerdo que El ojo de la aguja no me gustó demasiado. Tampoco en un pase televisivo posterior, ya en los años 90. Y siguió sin gustarme demasiado el otro día. No obstante, esa segunda parte es la que siempre me ha cautivado un poco. Supongo que más por su potencial o por lo que me sugiere que por lo que en sí contiene. Los realizadores le sacaron la conveniente punta para dar un relieve hasta cierto punto artificioso, para conseguir una especie de película a lo Rebeca: la música de Miklós Rózsa y la dramática fotografía de Alan Hume.
Esa parte siempre me ha gustado. O, mejor dicho, siempre he pensado que era un buen lugar en el que desarrollar algo. Años después, cuando vi Los otros, de Alejandro Amenábar, que también está ambientada en una pequeña isla entre Gran Bretaña y la Europa continental, volví a recordar aquella segunda parte de El ojo de la aguja. Pero, tampoco Los otros, que era un film de género (subgénero "de fantasmas") ofrecía aquello que yo esperaba secretamente me podía dar un lugar como aquel.
Pero, ¿qué esperaba? Nada en concreto. O, para ser más precisos, algo que se va formando en nuestro interior, en nuestro inconsciente, y que tiene que ver con cómo nos afectan psicológicamente los paisajes y cómo lo traducimos en forma de relatos íntimos que produce nuestra sensibilidad y que no pueden ser sujetos por las cortapisas de género alguno. Que no nacen como ningún género, ni siquiera como una historia con principio y final. Son desarrollos libres, órganicos, sinapsis mentales dispuestas para ser montadas de la manera que mejor convenga.
Hay un ejemplo que podría acercarse a lo que digo, y es La hora del lobo de Ingmar Bergman. También ocurre en una isla y tampoco sabemos exactamente qué oprobio se cierne sobre ella y sus personajes. Como todas las películas del sueco, La hora del lobo es fascinante, una película que hipnotiza desde las primeras imágenes, y con un dinamismo mental tremendo. ¿Es adscribible a algún género? Niet.
¿Es que las cosas que no pertenecen o no están dentro de la política de los géneros son mejores que las que sí lo están? No, o no necesariamente. Pero, sí tienden a producir y crear sensaciones de una naturaleza muy distinta. Más libre, o que se relaciona con nuestro corazón y sentimientos de un modo más inequívoco. Frente a las plantillas y las estructuras de mecano que interponen los géneros y que, insisto, no están nada mal según cual sea el objetivo que se pretenda, frente a ello, digo, esta otra manera más interior se muestra mucho más adecuada a la hora de plantear cosas como el amor (así, en abstracto), el paisaje, los fenómenos físicos que nos rodean y frente a los que empequeñecemos... y en general, frente todo aquello que sentimos y nos cuesta expresar de un modo objetivo.
Es difícil que con la compartimentada educación que recibimos el artista pueda partir de algo que no tenga ninguna referencia. Es más, es casi imposible. Ese es, tal vez, el precio de la Cultura. Por eso es bueno liberar los géneros, pues es librerar la mente.
Eso es lo que siempre me ha gustado de la música de este dúo, su manera de interpelar más a nuestra sensibilidad, a nuestros corazones, que a nuestra razón, el que releguen la forma a un segundo plano (el imprescindible y justo segundo plano) y nada más.
Y sin otro particular, nos despedimos atentamente de todos ustedes.
(Ahora no sé, pero a estos los vi el año siguiente al que sacaron Taxi en la fiesta mayor de un pequeño pueblo de Mallorca, y lo cierto es que no desentonaban para nada.)
Dentro de cien años, cuando España sea un atolón, cuando las tierras del centro hayan sido enviadas a la Luna para el desarrollo de la agricultura espacial y los mares hayan ocupado el espacio vacío para duplicar el número de las costas: dentro de cien años, cuando los centros de Formación Profesional Acelerada produzcan a un ritmo mensual de cien camareros, cinco flamencos de litoral y cincuenta profesionales playeros varios; dentro de cien años, cuando la arqueología submarina busque y rebusque bajo el mar interior español el monumento al pastro de Ávila, al maestro nacional, a la mujer gallega, a Sancho Panza y el burro manchego; dentro de cien años, cuando los presentadores de televisión inicien el programa diciendo: Hello, people, How are you?, y a continuación traduzcan para las clases pasivas: Hola, señores y señoras. A conservarse; dentro de cien años, cuando en Venus, Marte, Vulcano comiencen a aparecer ciudades de plástico llamadas Nueva Galicia, Nueva Cuenca, Nueva Reus; dentro de cien años, cuando la URSS y USA lleguen a un acuerdo para dejar de encañonar la Tierra desde el espacio todos los días festivos y en otras jornadas de especial significación; dentro de cien años, cuando entre las ruinas arqueológicas del Rastro los hispanistas norteamericanos de la Universidad de Columbia se sonrían ante la precaria supervivencia del cancionero popular iniciado por la canción:
Tres cosas hay en la vida:
salud, dinero y amor,
y el que tenga estas tres cosas
que le dé gracias a Dios;
dentro de cien años, cuando Robert John Kennedy III, el Benevolente, decida un empadronamiento total de los ciudadanos de su imperio para conmemorar la era de la paz instaurada, y en los jardines de la Casa Blanca er nino de Belmez estrena la primera versión del Valverde, ¡ay mi Valverde!, quién estuviera en Valverde, en correcto americano de St. Louis; dentro de cien años, cuando según el New York Times se aprecien evidentes síntomas de distensión entre Cuba y Estados Unidos; dentro de cien años se habrá llegado a la evidencia de que no hay que luchar por lo que es evidente y de que aquel verso de canción popular: Recuérdame, que recordar es volver a vivir, no era otra cosa que un signo más de la ley de la incongruencia lógica que presidió la vida de la humanidad hasta poco después del años 2000. Y tal vez la sección de la Universidad de Yale, especializada en Historia Bioquímica de España, descubra que el germen de los nuevos tiempos dentro de la antigua área de España sea el plan de estabilización de 1958.
Esta es la introducción a la tercera y última parte del libro, «Los felices sesenta». A mí me parece que con este divertimento de atisbar lo venidero, Vázquez Montalbán da la clave de lo que ha sido el libro. Mencionábamos en un post anterior su proverbial ironía. Cierto, pero hay que señalar que lo que no hay en todo el libro es el menor rastro de cinismo. Tal vez, puntualmente, sí hay algunos dardos envenenados dirigidos a ciertos ítems, pero nada más. Creemos que eso le honra y le da a la crónica una dignidad fuera de toda duda. Crónica sentimental de España apareció originalmente en 1969 como una serie de artículos para la revista Triunfo. Dos años más tarde, en 1971, aparecía en forma de libro después de que el material escrito para los artículos hubiese sido convenientemente manipulado y enriquecido para darle esta forma final.
Era necesario un libro como este. Un libro que desde la comprensión, el conocimiento y la empatía, se proponía no tirar con el agua sucia de la bañera al niño de la cultura popular de nuestros padres, abuelos, bisabuelos... Seguramente porque ya se veía en aquel momento que las cosas iban a cambiar así como la inevitable preponderancia que iba a tomar la cultura norteamericana sobre la nuestra.
No obstante, el libro es valiente, y cuando hay que repartir no le tiembla el pulso lo más mínimo.
Expresa su asco por aquella clase de personajes e "intelectuales" que decían cosas como: «Prefiero una juventud forjada en los campos deportivos que en la lectura de Alberti.» Y así nos va, porque eso, a efectos prácticos, no ha cambiado. Miren las estadísticas.
Puede ser sarcástico, como cuando parece celebrar en un estupendo giro la resistencia de las jóvenes españolas frente a las precauciones que les "aconsejaban" los mayores -sobre todo las madres- debían tomar con la minifalda: «Sus hijas, las quinceañeras de los años sesenta, pronto darían el gran salto cualitativo de extranjerizarse y de gritar: ¡Que españoleen ellas!» ¿Se acuerdan de aquel desafortunado «Que piensen ellos» que con tanta premura y adhesión se hicieron suyo los españoles (y lo que te rondaré, morena)?
La revolución cultural que realizaron los tecnócratas a partir de 1958 ya ha influido en la conciencia social. Las aceleraciones y los frenazos han magullado a los viajeros de metro o autobús, pero se les ha inculcado la sabiduría convencional de Rostow o Galbraith, y se intercambian miradas de inteligencia antes de musitar: Ya se sabe, pasamos una fugaz etapa de recesión, y a continuación, el andaluz de Jaén, ex aceitunero altivo, que ya sabe de quién son esos olivos, comenta: Hay que esperar de nuevo el despegue reactivador. Mientras tanto, el supermán del consumo, el miniburgués nacional, recorre, perplejo, una página de anuncios llena de estímulos. ¿Qué comprar? ¿Paisaje? Tal vez sea una buena inversión. Los papás de todo el asunto, Juan Jacobo Rouseeau y los románticos seguidores, ya dijeron aquello del hombre libre en la naturaleza libre. Este principio, que respaldaría la libertad de empresa, que ha engordado a la burguesía y que le ayudaría a ganar dinero gracias a la ciudad, se convierte ahora en la especulación del paisaje. Hay que comprar diez mil palmos cuadrados de paisaje para que el eficaz ejecutivo se oxigene cuarenta y ocho horas y vuelva engrasado a la ciudad, a seguir alimentando con ideas y decisiones la gran maquinaria del tingladito. ¿Qué comprar? Ya dicen los exegetas de la cultura del objeto, los exegetas del diseño industrial como máximo lenguaje cultural de nuestro tiempo, que la tradición de esta cultura es incipiente. Cuando se haya desarrollado, la imaginación programadora industrial inventará maravillas para satisfacer la perplejidad consumista del supermán nacional: submarinos convertibles en bocadillos de morcilla malagueña, jamones con chorreras convertibles en helicópteros, con o sin ametralladora, escafandra de buzo convertible en cama de matrimonio con mesitas de noche aplicadas, palacios neoclásicos de bolsillo susceptibles de ser hinchados con la mismísima boca del supermán. La relativa prosperidad nacional que se manifiesta a nivel proletario en la posibilidad de emigrar en tren con asientos tapizados de plástico, y a nivel de supermán en la posibilidad de ir una vez a la semana a ver qué hace la vanguardia en Bocaccio Boite o en el Oliver madrileño, sirve de capa aislante en torno a la madriguera compartida. Ya se vio muy claro que pocas cosas afectaban a los allí refugiados cuando a raíz de los acontecimientos del Congo, recién inaugurados los felices sesenta, se propagó una canción tan poco solidaria como la que decía:
Según dice la prensa la tensión es inmensa y el problema no es manco porque tiran al blanco. Si manda Lumumba, si hay lío en Katanga, menuda sandunga que se organizó. Katanga, Lumumba. Lumumba, Katanga, menuda mandanga que tiene el gachó. ¿Qué pasa en el Congo? Que blanco que pillan lo hacen mondongo.
(Helicópteros, submarinos, y no sé si hasta las escafandras de buzo, eran proclamados entusiásticamente como inventos españoles en escuelas, medios de comunicación, enciclopedias y bares: De la Cierva, Peral, Monturiol en segundo plano...)
"Una desazón recorre el mundo como un nuevo fantasma de imposible manifiesto. A nivel de intuición, la juventud de los años cincuenta, al calor de los beatniks, del rock y del alcohol, buscaba la escapatoria del furor de vivir, el placer del acto gratuito que tan acertadamente había descrito Gide. Elvis era el símbolo del hacer sin saber qué hacer. Su voz, su sentido del ritmo, equivalía precisamente a ese actuar sin actuar, a ese consumir energía in situ, sin contribuir a que aumente la balanza de pagos nacional.
"En todo el mundo aparece una incipiente rebeldía juvenil convertida en movimiento de masas. Los jóvenes siempre habían sido rebeldes -decían los padres preclaros-, pero nunca así. La rebeldía juvenil había sido plasmada en las novelas de Glasworthy. Era la rebeldía de uno en uno, la rebeldía literaria del joven que no quiere ser comerciante como su padre y emigra a las colonias. Allí se hace comerciante, como su padre, y regresa a tiempo de cerrar los tranquilizados ojos del autor de sus días. Pero esta nueva juventud rebelde que agita las cadenas de sus bicicletas, que viste blue jeans y cazadora de cuero, que practica incipientes formas de amor libre, es agresiva. Se le reprocha esa agresividad de grupo que esconde una cobardía individual. Se les reprocha desde un temple cinematográfico de excombatiente que ha ganado una guerra mundial él solo, como John Wayne o el general De Gaulle. Pero nadie habla de la agresividad y la violencia implícita, omnipotente, que se refugia en todos los códigos que superestructuran la vida común, en beneficio de las castas.
"Gamberro. Esta palabra se incorpora al vocabulario nacional, merece incluso los honores de titular de una película protagonizada por Gila, Miguel Ángel Valdivieso, César Ojinaga... Se rueda en los estudios IFI y pretende ser un exponente de la desorientación del mundo juvenil. Nuestros gamberros cinematográficos tienen más parecido con el bruto desaprensivo de capital de provincia que con los jóvenes bárbaros con blue jeans y cazadoras de cuero. Entre nosotros aún quedan evidentes acciones extradanzantes, aún nadie está de vuelta de las trampas e integraciones de la democracia formal. Y a ello se atribuye la «salud moral» de nuestro pueblo que, al decir de las estadísticas nacionales, es el que menores índices tiene de todas las delincuencias. Incluso de la delincuencia política, si es que se puede llamar así...".
Fabuloso este Manolo Vázquez, ¿no les parece?
Esa forma de jugar con varias ideas e imágenes y con ellas tejer su crónica, su relato. De hecho, Crónica sentimental de España, que se lee de un tirón porque está escrita con nervio y agilidad, sería como un calidoscopio gigante en el que van apareciendo y despareciendo los pequeños objetos para formar ilusiones más densas o menos (esas ideas o, más bien, ese relatarlas y confeccionarlas).
También tenemos esa soltura a la hora de utilizar contrapuntos o unísonos de culturas foráneas.
El uso de distintos registros, insdistintamente culto y popular, solapándose o sobreponiéndose en todo momento (con lo que manifesta ser consecuente consigo mismo).
Y, además, está ese descaro a la hora de utilizar las palabras y sorprenderlas con frecuencia desde atrás.
Y su fina ironía.
O, también, esa capacidad de generar ideas: en otras partes del libro, por ejemplo, se habla de «raphaelismo y posraphaelismo» (¡ya en el 69!), se habla del «pasodoble filosófico nacional» (que hoy todavía lo bailan muchos, todo hay que decirlo), o esa fabulosa observación de la psicología de esta España que les duele a tantos -y por motivos contrapuestos- cuando sugiere analizar una de nuestras más acomplejadas y automáticas expresiones: «son otra cosa», decimos subcomparándonos con cualquier cosa que venga de fuera. ¡Menos mal que nos queda el fútbol!, como ya vislumbró el propio Vázquez Montalbán.
Pensamos hacer una o dos entradas más sobre esta magnífica lectura. No pensábamos poner música en ninguna de ellas, y de hecho no lo vamos a hacer salvo ahora. No es que se necesite complementar o ilustrar este texto, ni mucho menos, lo que ocurre es que pensando en él y en esa misma "juventud" pero unos años más tarde, nos ha caído una cosa sobre el teclado. Tómenselo como un efluvio simultáneo, nada más...
Aparta el corazón de las mangueras by Veneno on Grooveshark
"Los seriales conmocionaban hasta tal punto que se aprovechaba su éxito de público para realizar reducciones escénicas que se representaban periódicamente con un gran éxito de taquilla. ¿Por qué esa conmoción? El serial radiofónico heredaba la función que había tenido el folletín. Gramsci se había planteado varias veces la necesidad de utilizar las formas y los temas de la literatura popular, enriquecidos por una intencionalidad transformadora. Fue uno de los primeros teóricos de la praxis en comprender que, tras el divorcio entre cultura de elite y cultura de masas, no sólo se escondía la típica conspiración alienadora de los filisteos, sino un auténtico problema de desfase cultural en el sentido más total de esta palabra. Para dar la razón a Gramsci ahí están los seriales de Sautier Casaseca, cargados de intención política, servidos a través de un medio omnipotente que sólo necesitaba electricidad para llegar al último rincón de la última oreja, un medio que, además, permitía ser atendido continuamente, hiciera lo que hiciera el oyente, incluso por debajo del nivel consciente de su percepción. Fue un auténtico asunto de hipnosis radioeléctrica, como si de los receptores se escapase el efluvio de la persuasión o como si las combinaciones musicales fuesen en la realidad melodías del flautista de Hamelín."
El subrayado es nuestro. Por lo demás, creo que el tema que plantea, mutatis mutandis, sigue teniendo plena vigencia. Además, como pueden ve, el contenido de este fragmento nos ofrece hoy centrífugas posibilidades de comprensión insospechadas para Vázquez Montalbán entonces.
Delirium Green Side Up (Ilkmusic, 2011)
Kasper Tranberg, corneta y trompetas; Mikko Innanen, saxos alto, barítono y soprano; Jonas Westergaard, contrabajo; Stefan Pasborg, batería y percusión.
"The Blues in Yellow Room" y "The Coda of Ornette Coleman's Blues Connotation and other Sources of Inspiration", ambos temas firmados por Innanen.
The Blues In A Yellow Room by Delirium on GroovesharkThe Coda of Ornette Coleman?s Blues Connotation And Other Sources of Inspiration by Delirium on Grooveshark
Ese primer y mingusiano tema me encanta. Me pregunto cómo sería un relato con esa misma forma y estructura.
Esta pasada tarde hemos asistido al concierto de órgano que cada año se celebra en la iglesia parroquial de Santa Maria de Gràcia con motivo de la fiesta mayor del barrio. Este año es especial pues se cumple la 10ª edición de los “Concerts d’orgue a Santa Maria de Gràcia.” El concierto lo ha ofrecido Amaia Goñi, la joven organista titular de la parroquia y directora artística del ciclo.
Goñi ha elegido un repertorio variado, compuesto tanto por temas barrocos (de J.C.F. Fischer y Bernardo Storace) y de autores organísticos ibéricos (Felipe Rodríguez y Pablo Bruna) como por temas del repertorio romántico (Josef Gabriel Rheinberger y Robert Schumann).
Un concierto, pues, que nos ha conducido por la expresividad extrema, fuerte, de paletas dramáticas y texturas contrastadas, que a veces parecen traducir una sensibilidad tormentosa y deformada, como en el caso de las piezas de Rodríguez y Bruna; a las sonoridades más diluidas, contenidas, estructuradas y controladas que caracterizan el órgano romántico.
Con todo, nada es monolítico, y el programa parece haber sido confeccionado con la idea de crear un doble relato entre los músicos de las dos grandes corrientes organísticas, teniendo en cuenta que ha habido muchos matices y peculiaridades escondidas en ambas.
Amaia Goñi nos condujo por los distintos y variados pasajes de este repertorio con buen tino y concentración. Me pareció que se sentía mejor con los autores barrocos que con, especialmente, el tardo romántico –y difícil por sibilino– Rheinberger, o esa fue mi impresión.
Por otra parte, hay que decir que una programación así sólo es posible que salga como es debido si se cuenta con el instrumento adecuado. Pero, ¿qué órgano puede ser barroco y romántico a la vez sin sacrificar alguna cualidad de uno u el otro? El órgano de Santa Maria de Gràcia es un instrumento excepcional. Fue construido en 1973 por el maestro organero holandés G.A.C. de Graaf, y es de una originalidad notable. Frente a esos órganos “tutti frutti”, como los llama nuestro amigo el organero J.C. Castro, De Graaf propuso, o al menos lo intentó, un órgano de síntesis, un punto de encuentro entre músicas y sonoridades del que surgió un planteamiento nuevo pero dúctil y que podía amoldarse con naturalidad a las distintas escuelas organísticas.
Por ejemplo, esas puertas expresivas correspondientes al segundo manual cuya función, a diferencia de la persiana romántica, no es tanto expresiva como la de cambiar la coloración de los registros. Esta tarde hemos podido comprobarlo en algunos momentos.
A continuación, la presentación, la disposición de registros del órgano De Graaf y el programa que se interpretó ayer por la tarde.
Para ver un poco ese recorrido que nos propuso Amai Goñi, escuchemos ahora unas piezas de algunos autores que sonaron en el concierto. En primer lugar, el “Andante allegretto” de la Sonata XV de Felipe Rodríguez, aunque ayer sonó la XI (aquí interpretado por el organista Gregori Estrada [Antologia d'organistes de Montserrat. Escola musical antiga (ss. XVIII-XIX). Antologia històrica de la música catalana]). Después, dos piezas de los Ten Trios Op, 49 (III, Adagio, y X, Andante Molto) de Joseph Grabriel Rheinberger, que tampoco sonaron ayer (interpretados por Wolfgang Rübsam [The Organ Encyclopedia: Joseph Gabriel Rheinberger. Works for Organ, Vol. 3]). Y, finalmente, el Tiento sobre la “Lletania de la Verge” de Pau Bruna, que está vez sí fue el que ayer se interpretó (aquí con ejecución de Montserrat Torrent [L'orgue del Vendrell. Antologia històrica de la música catalana]).
Y para acabar, decir que esta conmemoración de los diez años de conciertos en Santa Maria de Gràcia se completará el próximo otoño con otras dos veladas. La primera correrá a cargo de la gran Montserrat Torrent y tendrá lugar el 25 de octubre. Se cerrrará el ciclo el día 22 de noviembre, festividad de Santa Cecilia, con un concierto que ofrecerá el organista Ignacio Echebarrieta.
Ahí van los programas correspondientes...
De vuelta a casa por unos días, ayer y anteayer pude ver los partidos que programé del torneo Super XV de rugby, torneo que juegan 15 franquicias de Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda. Se trataba de los dos últimos partidos que quedaban por disputar: la segunda semifinal, que jugaron los equipos sudafricanos Stormers, de Ciudad del Cabo, y The Sharks, de Durban; y la final, que disputaron los Sharks contra los neozelandeses Chiefs, de la región de Waikato (en la isla norte).
El encuentro tuvo lugar el pasado 4 de agosto en el campo de los Chiefs, en la ciudad de Hamilton.
Vencieron los Chiefs, aunque había apostado a que lo harían los Sharks. Y vencieron merecidamente. Chiefs han demostrado ser el mejor equipo o, al menos, el más equilibrado, compensado y completo. Un equipo con una línea de tres cuartos muy dinámica, a la que le gusta el juego abierto y veloz pero que, al mismo tiempo, no rehúyen el juego cerrado, de choque y la dureza de las delanteras. Esta combinatoria es típica del rugby neozelandés, y esa es, en parte, la razón de su hegemonía en este juego. Este año, los que mejor lo han hecho han sido estos Chiefs que, además, era la primera vez que obtenían el campeonato.
Pero quiero hablar ahora del rugby sudafricano, y de unas características que me parece ver en él y que a fuerza de contemplar partidos me han ido fascinando. Todo el mundo sabe que el rugby sudafricano, tanto el de sus equipos como, sobre todo, el que practican los Springboks (la selección), es rudo, fuerte, cerrado, de contacto total. Un rugby que se concibe a partir de la idea de que es el pack de delanteros el que ha de definir su estética. De ello se deriva un juego que antes que violento me parece terriblemente melancólico, triste y agónico. Trágico, sobre todo, trágico. Ver como se ponen una y otra vez a lo suyo las tres primeras líneas de, por ejemplo, los Sharks; con sus rostros y expresiones inmutables, desprovistas de glamour y que más recuerdan a las de una cuadrilla de trabajadores en el cambio de turno; ver eso reiteradas veces me hizo pensar en si esa cualidad de su rugby no tendría algo que ver con su propia idiosincrasia nacional, con su condición de ciudadanos del país al que pertenecen (o, al menos, pertenecían). O bien, con una cierta "provisionalidad", como dice J.M. Coetzee en su libro Verano: "Éramos reacios a integrarnos demasiado en el país, puesto que más tarde o más temprano sería preciso cortar nuestros vínculos con él, esa integración quedaría anulada."
Hace un par de semanas, leyendo este Verano, encontré un pasaje en el que el autor sudafricano rememora la relación con su padre a partir de un episodio relacionado con el rugby. Es un episodio triste, crepuscular, oclusivo, incluso asfixiante. Una tragedia de baja intensidad.
No sé muy bien que debe pensar Coetzee en este momento postestructuralista del rugby, pero al parecer fue importante o, al menos, formó parte de su conglomerado sentimental. Además, no es lo primero que le he leído sobre este deporte. En 1978 escribió un breve ensayo llamado "Four Notes on Rugby", en el que comentaba en voz alta algunos puntos sobre el origen y arraigo del rugby en Sudáfrica y, por extensión, en otros países de la Commonwealth. Un texto crítico, en efecto, pero más con las personas que rodean y organizan este deporte que con el propio juego; por el chovinismo y las entelequias nacionales con las que, una vez más, se trata de envolver un deporte..
Años después, en 1995, cuando los Springboks se hicieron con el campeonato del mundo en Sudáfrica, peripecia que retrata parcialmente (aunque no bien) el film Invictus de Clint Eastwood y que sirvió de argumento para el libro de John Carlin del que había partido la película, Coetzee escribió un amargo artículo al respecto en Southern African Review of Books titulado "Retrospect: the World Cup of Rugby". Es más, si tienen a bien leerlo en el enlace que les he puesto, se daran cuenta de que es la otra cara, el negativo de la versión hollywoodiense edulcorada, simplista y ramplona que ofrece el con frecuencia sobrevalorado Eastwood. (Vean los extras que acompañan a la película en la edición en dvd y verán como no tiene ni puta idea de lo que habla.)
Pero, pongamos ese pasaje de Verano del que he hablado, pues ha sido lo que en verdad ha motivado esta entrada. Él, y esa coincidencia que creo ver con una impresión mía muy personal y que no sabía cómo verbalizar. Dicho pasaje se encuentra al comienzo de la última parte del libro, que se titula "Cuadernos de notas: fragmentos sin fecha."
Fragmento sin fecha
Es una tarde de sábado en invierno, tiempo ritual para el partido de rugby. Él y su padre toman un tren hacia Newlands y llegan a tiempo para presenciar el partido previo a las 2.15. Al partido previo seguirá el partido principal a las cuatro. Cuando finalice, tomarán el tren de regreso a casa.
Va con su padre a Newlands porque los deportes, el rugby en invierno y el críquet en verano, es el vínculo más fuerte que sobrevive entre ellos y porque, el primer sábado tras su regreso al país, cuando vio que su padre se ponía el abrigo y, sin decir palabra, se marchaba a Newlands como un niño solitario, sintió una puñalada en el corazón.
Su padre no tiene amigos. Tampoco los tiene él, aunque por una razón distinta. Cuando era más joven los tenía, pero esos viejos amigos se han dispersado por todo el mundo, y él parece haber perdido la habilidad, o tal vez la voluntad, de trabar nuevas amistades. Así pues, vuelve a tener a su padre por toda compañía y su padre le tiene a él.
A su regreso, le sorprendió descubrir que su padre no conocía a nadie. Siempre había considerado a su padre un hombre sociable, pero o bien se equivocaba o bien su padre ha cambiado. O tal vez se trate simplemente de una de esas cosas que les suceden a los hombres cuando envejecen: se retiran dentro de sí mismos. Los sábados las graderías de Newlands están llenas de ellos, hombres solitarios con impermeables de gabardina grises en el crepúsculo de su vida, reservados, como si su soledad fuese una enfermedad vergonzosa.
Él y su padre se sientan uno al lado del otro en la gradería norte y ven el partido previo. Los acontecimientos de esta jornada están teñidos de melancolía. Esta es la última temporada en que el estadio se utilizará como club de rugby. Con la tardía llegada de la televisión al país, el interés por el rugby ha disminuido. Los hombres que se pasaban las tardes de los sábados en Newlands ahora prefieren quedarse en casa y mirar el partido de la semana. De los millares de asientos en la gradería norte no están ocupados más que una docena. La gradería móvil está totalmente vacía. En la gradería sur hay todavía un grupo de empecinados espectadores mestizos que vienen a animar a los equipos UCT y Villagers y abuchear a Stellenbosch y Van der Stel. Solo en la gradería principal hay un número respetable, tal vez un millar.
Hace un cuarto de siglo, en su infancia, las cosas eran distintas. Un gran día de partidos entre clubes, el día en que los Hamiltons jugaban contra los Villagers, por ejemplo, o el UCT jugaba contra el Stellenbosch, uno tenía que forcejear para encontrar un sitio desde donde ver el partido de pie. Una hora después de que hubiera sonado el pitido final, las furgonetas del Argus corrían por las calles y de ellas iban cayendo paquetes del Sports Edition para los vendedores apostados en las esquinas, con relatos efectuados por testigos oculares de todos los partidos de primera división, incluso de los partidos jugados en las lejanas Stellenbosch y Somerset Oeste, junto con los marcadores de las divisiones menores, 2A, 2B, 3A y 3B.
Aquellos días han quedado atrás. El rugby está dando sus últimas boqueadas. Uno lo percibe hoy no solo en las graderías sino en el mismo terreno de juego. Deprimidos por el espacio resonante del estadio vacío, los jugadores tan solo parecen cumplir con el expediente. Un ritual se está extinguiendo ante sus ojos, un auténtico ritual pequeño burgués sudafricano. Hoy sus últimos fieles se reúnen aquí: ancianos tristes como su padre, hijos sosos y obedientes, como él.
Empieza a caer una ligera lluvia. Él abre el paraguas y cubre a los dos. En el campo, treinta jóvenes poco entusiastas dan tumbos, buscando a tientas el balón mojado.
El partido previo lo juegan Union, de azul celeste, y Gardens, de granate y negro. Union y Gardens ocupan los últimos puestos entre los equipos de primera división y corren peligro de descenso. Antes no era así. Hubo una época en que Gardens era una potencia del rugby en la Provincia Occidental. En casa hay una fotografía enmarcada del tercer equipo del Gardens en 1938, en la que su padre está sentado en primera fila, el jersey de rugby recién lavado, con el emblema del Gardens y el cuello alzado, como estaba de moda, alrededor de las orejas. De no haber sido por ciertos acontecimientos imprevistos, la Segunda Guerra Mundial en particular, ¿quién sabe?, su padre podría haber ascendido incluso al segundo equipo.
Si las viejas lealtades contaran, su padre animaría al Gardens contra el Union. Pero lo cierto es que al señor Coetzee no le importa quién gane, el Gardens, el Union o el hombre en la luna. De hecho, a él le resulta difícil detectar qué es lo que le importa a su padre, en rugby o en cualquier otra cosa. Si pudiera resolver el misterio de qué es lo que le interesa a su padre, tal vez podría ser un mejor hijo. Toda la familia de su padre es así, sin ninguna pasión que él pueda percibir. Ni siquiera parece interesarles el dinero. Lo único que quieren es llevarse bien con todo el mundo y aprovechar la circunstancia para divertirse un poco.
Por lo que respecta a la diversión, él es el último compañero que su padre necesita. En capacidad de hacer reís, es el último de la clase, un tipo lúgubre, un aguafiestas, un hombre rutinario e inflexible.
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Un par de consideraciones respecto a este texto. El año en que se supone que Coetzee escribe estas notas biográficas es alguno comprendido entre 1972 y 1975 o 1977. Verano es la versión española de Summertime. Scenes from Provincial Life III, el tercer volumen de la autobiografía novelada del escritor sudafricano.
Lo digo porque ahora las cosas son muy distintas en cuanto a, por ejemplo, esas apreciaciones que hace sobre la popularidad del rugby en su país. Hoy, y desde aquella copa del mundo del post-apartheid, vuelva a ser enorme. Así pues, este relato de los 70 que tiene ese tizne estructuralista típico de esos años, que fueron además los años más terribles, sangrientos y enconados del régimen apartheid, hay que situarlo en su momento.
La segunda cosa a tener en cuenta es que, en efecto, en los años 70 el rugby en Sudáfrica inició un largo fundido a negro que duraría unos 20 años. Esa sangría de espectadores desertando de los campos es real, esa tristeza y esa misoginia, también. Pero, eso es algo que afectó exclusivamente a ese país, y no tiene nada que ver con la alegría que nunca ha dejado de sentirse en los estadios franceses, galeses o neozelandeses, por poner tres casos.
Y un apunte final, desde hace muchos años Coetzee vive en Adelaida, Australia.
Los fragmentos de Verano, de J.M. Coetzee, en traducción de Jordi Fibla Feito, para Random House Mondadori. (Y por si me he pasado con la extensión permitida del fragmento reproducido, de lo cual no tengo ni la más remota idea, voy a tratar de compensarlo haciendo un poco de publicidad gratuita: compren y lean Verano -en edición de bolsillo está baratísimo-, porque es un gran libro.)
Volvamos al rugby. Este próximo sábado comienza el Rugby Championship, el campeonato que cada año enfrenta a las principales selecciones del hemisferio sur, los all blacks neozelandeses, los wallabies australianos y los springboks, a los que este año se sumarán por primera vez los emergentes pumas argentinos. Y comenzará con dos partidazos: Nueva Zelanda-Australia y Sudáfrica-Argentina.
Como cada vez nos interesa menos esto del jazz de verano, les tendremos al corriente aunque a ustedes no les importe ni un pimiento.
"Por eso les pagan a los putos ejecutivos tantísimo dinero;
porque cuando la mierda cae, cae toda encima de ellos..."
-'Stringer' Bell
Frase de uno de los mafiosos en la segunda temporada de la serie The Wire.
Sin duda, no es así aquí, y dudo mucho de que lo sea allí.
No obstante, lo inteligente es situar en el mismo plano a los "ejecutivos" de una y otra clase (legales, ilegales, alegales, prelegales y protolegales). Todos ellos comparten esas mismas falacias en las que dicen creer.
Hacía mucho tiempo que quería leer esta fabulosa crónica ensayística de Vázquez Montalbán, y la casualidad ha querido que lo hiciera la semana pasada, justo en la recta final de los Juegos Olímpicos de Londres y con el recuerdo aún reciente de la Eurocopa de fútbol.
Hablaremos y pondremos otros fragmentos de este gran trabajo de antropología cultural pero, de momento, aquí va un estupendo fragmento sobre fútbol, Matías Prats y la fundación del espíritu nacional. (De verdad que, viendo y oyendo a los actuales locutores y periodistas deportivos, estoy convencido de que estamos ahí mismo).
Cuando Matías Prats retransmitía un partido jugado por la selección
española, Alejandro Farnesio, en su tumba, se mesaba las barbas desesperado por
haber carecido en sus tiempos de tan fabuloso impulsor emotivo. Nadie se
explicaba, después de haber escuchado una retransmisión de Matías Prats, cómo
España había perdido frente a Italia en Madrid por tres a uno. Porque aquel día
Prats convirtió en dios mitológico a Gonzalvo III, el hombre que «estaba en
todas partes», el hombre que, «desde la posición teórica de medio volante»,
lanzaba su furia para empujar ante ella a la derrotada delantera española.
«¡Gol, gol, gol!», gritaba Prats cuando el gol era de España. «¡Gol!», musitaba
cuando el gol se lo marcaban a España. Gracias a Prats, el pan y toros se
convirtió en pan y fútbol; gracias a Prats, entre otros. Frente a España estaba
la amenaza de Travassos, el cruel interior portugués que quería impedir nuestra
clasificación para los Campeonatos del Mundo de Maracaná. Pero nada pudo hacer
Travassos frente a la escuadra de Gaínza, Gonzalvo, Puchades, Zarra… Y después,
nuestros tercios futbolísticos ganaron a Irlanda por cuatro a uno. Gaínza salió
de aquella hazaña convertido en el gamo
de Dublín. Los tercios prosiguieron la reconquista de Europa y vencieron a
Francia en París por cinco a uno. Basora salió de aquella hazaña convertido en el monstruo de Colombes. Y la voz de
Matías Prats seguía creando el lenguaje radiofónico-futbolístico-nacional-sindicalista.
La voz se fue a las Américas a retransmitir los Campeonatos del Mundo de 1950.
Las Américas estaban llenas de exiliados que tenían una filosofía de la vida,
de la muerte y de la victoria muy distinta a la de Matías Prats. Meses después
de la vuelta de la selección, se proyectó en todo el territorio nacional un
documental sobre la gesta de la selección española. Llevaba un título de diario
español de provincias o de documento izquierdista de intelectuales sartrianos.
Se llamaba La Verdad.
¿Qué había ocurrido en Brasil?
El equipo español había alineado básicamente a: Ramallets; Alonso, Parra,
Gonzalvo II; Gonzalvo III, Puchades; Basora, Igoa, Zarra, Panizo y Gaínza. Este
once sagrado batió a Inglaterra por uno a cero. Cuando Zarra e Igoa
consiguieron marcar el gol casi juntos, Matías Prats gritó como hubiera gritado
el adolescente grumete de la nave almirante de la Invencible, si la Invencible
no hubiera sido diezmada por las tempestades y por la flota inglesa. Aquel
¡GOL! De Matías Prats es el punto de origen del CONTAMOS CONTIGO, del
desarrollo del turismo, del triunfo de Massiel en Eurovisión, del trasvase del
Tajo y del Segura, de las autopistas de peaje, del VII Plan de Desarrollo…
Cuando los españoles oyeron aquel gol, la Historia Universal retrocedió
cuatrocientos años. Felipe II frunció el entrecejo y dijo: «A ver si ahora…».
El gol de Matías Prats, Zarra e Igoa aún recorre la galaxia. Cuando los
cosmonautas americanos creen percibir un ruido extraño, algo así como el de una
piedra que cae en aguas tranquilas, lo que oyen realmente es el grito más
célebre de la Historia de España después del «Tierra a la vista» de Rodrigo de
Triana e inmediatamente antes del «A mí, Sabino, que los arrollo» del delantero
Belaúste. Matías Prats. Éste es el nombre del gran cronista épico de estos
treinta años de vida española. Dotado de una especial metodología narrativa que
le acerca a los mejores novelistas del realismo socialista, Prats siempre ha
sabido hallar el correlato histórico totalizador que corresponde al hecho
deportivo. No. No ha sido un locutor lineal, positivista, neopositivista, ¡ni
siquiera neopositivista! Ha sido un locutor dialéctico, que, por ejemplo,
cuando España ganó a la URSS en Madrid en 1964, ofrendó aquel triunfo a la conmemoración
de los XXV Años de Paz.
Como vieron ayer, elegí "Puis-Je?" para el blog "BUN", pero estuve dudando de si elegir este otro tema, "Somebody Up There Likes Me", de David Bowie y de su disco Young Americans (1975). No discutiré nunca que no es de sus mejores LP, pero personalmente es un disco que adoro, al que estuve muy enganchado cuando lo descubrí, y que vuelve a colarse en mi vida cíclicamente. Y dentro de este disco, la elegida no es ninguno de los hits ni de las canciones más populares, o sea no es "Fame", no es "Young Americans", no es "Fascination", ni siquiera la deliciosa versión de "Across the Universe". No, es una libidinosa, jugosa libación del mejor blue-eyed soul...
Somebody Up There Likes Me by David Bowie on Grooveshark
«Esta parte del
mundo.» La parte a la que ella se refiere no es Merweville o Calvinia, sino la
totalidad del Karoo, tal vez el país entero. ¿Quién tuvo la idea de construir
carreteras y tender líneas férreas, levantar ciudades, traer a la gente y
ligarla a este lugar, ligarla con remaches a través del corazón, de modo que no
puedan marcharse? «Es mejor liberarte y confiar en que la herida cicatrice», le
dijo él cuando caminaban por el veld.
Pero, ¿cómo puedes liberarte cuando estás sujeto por esa clase de remaches?
*****
«Lo mejor es
separarte de lo que amas –le había dicho él durante su paseo–, separarte y
confiar en que la herida se cure.» Ella le comprende a la perfección. Eso es lo
que comparten por encima de todo: no sólo el amor a esta finca, esta kontrei, el Karoo, sino la comprensión
que acompaña al amor, la comprensión de que el amor puede ser excesivo. A los
dos se les concedió pasar los veranos de su infancia en un lugar sagrado. Ese
goce no puede repetirse jamás. Es mejor no visitar los lugares del ayer y salir
de ellos añorando lo que se fue para siempre.
Fragmentos de Verano, de J.M. Coetzee (traducción de
Jordi Fibla Feito, para Random House Mondadori).
Deptford Suite de Joan Vidal Sextet, y la literatura como articuladora del discurso musical (o cuando menos, como fuente de sentido del mismo).
Deptford Suite.
Joan Vidal Sextet: Joan Vidal, batería y composición; Gabriel Amargant, saxo tenor y clarinete; Josh Arcoleo, saxo tenor; Marco Mezquida, piano; Alex Munk, guitarra eléctrica; Miguel Serna, contrabajo.
Publicado en 2012 por Quadrant Records.
A continuación, el tema "Who Killed Boy Staunton?", pero antes, unas líneas...
"He was killed by the usual cabal: by himself, first of all; by the woman he knew; by the woman he did not know; by the man who granted his inmost wish; and by the inevitable fifth, who was keeper of his conscience and keeper of the stone."