lunes, 7 de noviembre de 2011

Apología de Raymond Douglas Davies

"Sin la gente, nadie podría escribir nada".

Esto lo dice Ray Davies de The Kinks en el documental que Julien Temple le dedicó el año pasado, Imaginary Man, y que pudimos ver ayer en el festival In-edit.

Siempre que tengo la ocasión y sale el tema, no dejo pasar la oportunidad de hacer proselitismo con la singular obra de Davies. Es una debilidad absoluta. Pero nunca sé como explicar por qué me parece tan condenadamente bueno. Supongo que se trata de algo que tiene que ver con el «término medio» aristotélico en el sentido de que reúne dos facetas que me fascinan por igual: la del storyteller y la del artesano creador de atmósferas (esto último, si quieren, en una dimensión no tan espectacular como en otros de sus contemporáneos, en una dimensión, digamos, más de barrio).
Bien, pues al oír esa frase todo cobró sentido, el puzzle se armó, y yo descansé por la eternidad (al menos en lo tocante a Davies: a partir de ahora, la esgrimiré sin miramientos y sabiéndome ganador de antemano).

"Sin la gente, nadie podría escribir nada". En efecto, de lo que nos habla es de él, no la entiendan como un axioma o un verbo. Sencillamente, enciende una luz e ilumina lo que él entiende como creación.
Davies ha sido y es un tipo curioso. Siempre ha vivido en el mismo barrio en que nació. Primero compró una casa normal y corriente. Cuando ganó algo más dinero se mudó a otra más suntuosa (siempre en la misma zona, su mítico North London). Al cabo de poco tiempo, no se sentía bien en ella y decidió regresar a la primera. Y todo esto en una época en la que la mayoría de sus colegas rockeros que tenían éxito se iban a vivir a mansiones y/o a lugares exóticos.
Pero él, no. Él prefería estar con los "suyos", no por una cuestión de clase ni nada por el estilo, sino por comodidad. Por comodidad y porque ese era el mundo que reflejaban sus canciones.
Davies tiene un mundo. O, mejor, ha desarrollado un mundo propio anotándolo en los márgenes de las páginas de la Historia. Siempre he pensado que de dar clases de historia contemporánea de Inglaterra les diría a mis alumnos que en lo tocante a la posguerra en adelante se hicieran con los discos de The Kinks, escucharan la música y oyeran sus letras con calma. Casi mejor que cualquier novela. En serio. Todos los cambios, o al menos los más importantes, que experimentó ese territorio están presentes en sus historias. Pasados por su visión, naturalmente, que realiza con una mirada llena de ironía, ternura, afecto, y también malestar y contestación.
La Historia es tanto la que se escribe con mayúsculas como la que se compone de muchas historias, la «pequeña historia».

Musicalmente, tal vez The Kinks no hicieran ningún álbum de esos de relumbrón, pero cada una de sus incontables canciones está tallada del modo que precisa la letra. Ni más, ni menos. Él lo llamaba «lechos de sonido», que eran como emociones que tenían que recrear una determinada atmósfera en la que él había pensado para ilustrar el tema. Como el color de fondo. Como una especie de dioramas sonoros. Entonces, Davies tomaba sus personajes y los podía situar envueltos en una determinada luz.
El conjunto de ambas cosas, la letra y esos «lechos de sonido», conformaba la historia que nos quería contar.
La virtud que tienen las canciones de The Kinks (o al menos la mayor parte de ellas) es que son como pequeños enigmas, no tanto por lo que cuentan como por la manera en que han sido urdidas. Por su engañosa simplicidad.

Davies también era un rockero de chistera, un dickensiano que encontró en la observación y el comentario la máxima inspiración a la hora de componer canciones. Su galería de personajes es tan amplia y rica que pienso que sería de justicia que un día le dieran algún premio literario importante (como ocurre con Dylan, por ejemplo).
También dice, en el documental, que Dickens en los tiempos actuales se divertiría mucho escribiendo, pues muchas cosas que él conoció y sobre las que escribió siguen estando ahí. Con otra forma, encarnadas o plasmadas de otra manera, pero ahí mismo.
¡Pardiez, si tiene razón!
Para él, transmitir ideas es algo muy loable, y es lo que en el fondo siempre le ha movido a hacer cosas, a escribir canciones. ("Hacer una canción que dé que pensar, ¿qué más se puede pedir?", dice).
No entiende el rock de un modo lúdico, por más que escuchar sus canciones sea de lo más placentero - una cosa no quita la otra.
Su manera de escribir canciones acrisola una serie de tradiciones que van desde el teatro de variedades y el vodevil, hasta el trad-jazz, el blues y, por supuesto, el rock'n'roll. Y como ya he dicho, también la literatura.

Entiendo que a los más jóvenes les resulté menos atractivo como personaje que Jagger o Lennon. Sí, lo entiendo. Pero, con el tiempo, con la perspectiva que nos da, cada día lo prefiero más a él.
Bueno, no, lo prefiero más a él que a los otros 9 juntos. Es así.
Sí, no tiene glamour pasear por tu barrio de siempre, imitar los andares de los otros, tomarse una pinta en el pub de la esquina e iniciar una conversación intrascendente con tu compañero de barra. ¿Y?
Con el tiempo, con lo que nos quedamos es con la obra hecha. Lo que nos ha sido propuesto durante años, que en el caso de Davies no es poco.

No, la creatividad no hay que ir a buscarla a las Bahamas, ni a la India, ni a Marruecos, ni a ninguna parte. Si uno no puede levantar algo que valga la pena con lo que ve a diario, mejor que lo deje. O mejor que se le ponga en su sitio.
Lo que él hizo con el norte de Londres es magnífico porque fue universalizarlo. Poner en contacto experiencias y estados de ánimo que cualquier persona de cualquier otra parte del mundo puede reconocer de inmediato.
Y eso pasa de vez en cuando: de tan británico es universal. O, si se prefiere, es porque tiene una mente muy abierta que ha podido retratar con tanto esmero y cariño las circunstancias de sus canciones.

También podríamos hablar de su lucidez a la hora de detectar, antes que nadie en el mundo del rock, que "la moda y la cultura pop muchas veces camuflan lo que ocurre". (Y aquí no añado nada, sólo sonrío maliciosamente).

Finalmente, decir que Ray Davies se pasa casi todo el documental de algo más de una hora hablando. Y, ¿saben qué? Que se hizo corto. Que hubiera querido seguir oyéndolo durante otras dos o tres horas. Por su inteligencia, sentido del humor, agudeza y finura, su total carencia de cinismo, y por su amor hacia sus personajes, sea la que sea la circunstancia que los llevó a serlo.

Díganme ahora, con franqueza, ¿a qué otra rock star -por decirlo de algún modo- oirían durante, no ya una hora sino tan solo 10 minutos?


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