Praga es la/una ciudad centroeuropea por antonomasia. En ella la Historia se nota. Físicamente, pesa. Aguarda en cada esquina (o casi).
De entre las muchas historias praguenses, hay una que siempre me ha gustado y es la del asesinato del Reichprotektor nazi para Bohemia y Moravia, Reinhard Heydrich, en 1942. Su ministerio del miedo en la ciudad no duro mucho tiempo, pues había sido nombrado en septiembre de 1941, pero su crueldad fue tal que le valió el apodo entre la población de “el carnicero”. Nada más llegar a su nuevo mando, que ejerció desde el Castillo de Praga, el nuevo reichprotektor puso en marcha una serie de redadas que tenían como objetivo a los intelectuales y artistas checos. Hizo ejecutar a más de medio centenar de personas en tan sólo un mes, además de ordenar la deportación de muchas otras a campos de concentración y guetos. (En una entrada reciente dedicada al compositor Gideon Klein ya hablamos de un grupo de músicos que habían sido víctimas de este reinado de terror). Además de esto, Heydrich había sido el segundo de Himmler en las SS y dirigido la Oficina Central de Seguridad del Reich, y entre otras lindezas participó en la tristemente famosa Conferencia de Wansee, cuyo objeto era el de encontrar la “solución final para el problema judío”, en el marco de la cual se hizo cargo de la organización de los einsatzkommandos, grupos de liquidación de las SS. Un auténtico asesino de masas.
El 27 de mayo de 1942, mientras iba en su Mercedes por el barrio de Libeň, al noreste de Praga, Jan Kubiš y Jozef Gabčík dispararon sobre él, hiriéndole fatalmente. Moriría el 4 de junio a causa de una septicemia. Se da la ironía de que sólo quiso ser atendido por médicos alemanes, lo que retrasó la administración del tratamiento antiinfeccioso que quizá lo hubiera salvado.
Kubiš y Gabčík formaban parte de un comando especial de paracaidistas checos entrenados por los británicos para atentar contra Heydrich, en una operación cuyo nombre clave era Antropoide. Tras el golpe y pensando que la operación había fracasado, Kubiš y Gabčík lograron escapar y refugiarse, junto con otros cinco colaboradores del operativo, en la Iglesia de San Cirilo y Metodio, en la céntrica Nové Mĕsto de Praga. El chivatazo de un traidor checo puso a los nazis en la pista, que el 18 de junio rodeaban la iglesia iniciando un asedio en toda regla: disparos, humo e incluso trataron de inundarla mediante mangueras. Tres de los paracaidistas murieron en el enfrentamiento y los otros cuatro se suicidaron antes de ser apresados.
Aún está en pie la iglesia, y en su parte baja, en la cripta donde se refugiaron los patriotas checos, hay un pequeño museo y un monumento dedicado a ellos. Pueden verse, en el lado de la iglesia que da a la calle Resslova, los impactos de las balas en la pared alrededor de una abertura que da a la cripta. Justo ahí, muchos checos siguen hoy dejando flores y ofrendas.
Los nazis emprendieron varias operaciones de castigo en represalia por la muerte de Heydrich. Una de las más terribles fue la matanza de Lídice, al oeste de Praga, perpetrada por la SS. No quedó nadie en el pueblo. Más de 1300 hombres adultos y jóvenes fueron ejecutados, mientras que las mujeres y niños serían deportados. Lamentablemente, Heydrich había impuesto su abominable magisterio.
Hay varias películas dedicadas total o parcialmente a estos hechos, como la checa Atentát (1965) de Jiří Sequens, que no he visto, y, sobre todo, Los verdugos también mueren (Hangmen also die!, 1943), de Fritz Lang. Para su noveno film norteamericano, Lang llamó a su amigo Bertolt Brecht, recién llegado a Estados Unidos, para trabajar en un film inspirado en el asesinato de Heydrich. Lang y Brecht comenzaron a trabajar en la historia dos días después de cometerse el atentado. Aunque debían tener información de cómo se desarrollaban los hechos, conociéndolos a ambos es fácil imaginar que no les interesara tanto la fidelidad a los mismos como la posibilidad de construir su particular historia.
Así, Lang y Brecht no hicieron una adaptación precisa de esos hechos porque no era lo que les interesaba. Recrearon el punto de partida para darle la forma de una aleccionadora parábola política. El mismo título, que no puede ser más brechtiano, parece indicarlo ya. El dibujo claro y didáctico de una resistencia. El protagonista “colectivo”, sobre todo en la segunda parte. Los rasgos con los que definen a los malvados (el inspector de la Gestapo Alois Gruber, el mismo Heydrich que aparece en una sola escena al comienzo luciendo la elegancia de una comadreja, o el jefe de la Gestapo Haas). O esa gran “mentira” final que urde la Resistencia y sobre la que se apoya el desenlace, detención y ejecución del falso culpable, el cervecero Czaka, colaboracionista y traidor. Detalle este que le comportó a Lang algunos problemas con la Oficina Hays, encargada de velar por el cumplimiento del nefasto Código Hays, debido a que, según uno de los funcionarios de la misma, el film “glorificaba una mentira”. Supongo que este individuo no conocía aquella máxima brechtiana de “sólo la violencia ayuda donde la violencia impera”.
A Lang y Brecht les acompañaron algunos actores excelentes, como Brian Donlevy, Walter Brennan, Gene Lockhart, Anna Lee, o el alemán Hans Heinrich von Twardowski, con su breve y caricaturesca interpretación de Heydrich. De la fotografía se hizo cargo el gran operador James Wong Howe, uno de los especialistas del blanco y negro en Hollywood y especializado en films noirs. Y también estuvo con ellos un buen amigo de ambos, el compositor alemán Hanns Eisler, que escribió una partitura corta pero de gran interés.
Ya se han escuchado arriba, antes del fotograma del genérico, los dos temas que abren la película y que van solapados, el de los créditos y el del primer rodillo. A continuación, una cortinilla musical en la que Eisler despliega, en poco más de un minuto, varios recursos para enlazar una elipsis, con varios planos de transición de la ciudad de Praga dentro de ella; integrando como motivo musical las campanas del reloj astronómico del Ayuntamiento de Staré Mĕsto que puede verse en las imágenes.
A continuación, la muerte del canalla Gruber.
Y, para finalizar, una serie de fotos tomadas por mi hijo D. (como las de la iglesia de Cirilo y Metodio) en el Museo de Historia del Ejército en Praga, donde se expone el atentado.
Como siempre, un placer trabajar para todos ustedes.
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