Ayer me fuí a dormir con una gran tristeza. Raúl Mao, el editor de Cuadernos de Jazz, mi editor, fallecía después de una larga enfermedad. Hacía días que temía esta noticia. Raúl estaba enfermo desde hace tiempo, pero hasta hace unas semanas aún mantenía puntualmente actualizada la web de Cuadernos. En los últimos días, en cambio, una alarmante quietud advertía de que su estado debía haber empeorado. Sabía, sabíamos, que era cuestión de tiempo. Pero, aún así, uno nunca termina de hacerse a la idea. Cuesta imaginar que ya no volverás a hablar con una persona con la que habías mantenido muchísimas conversaciones -especialmente telefónicas, pues él estaba en Madrid-, cuesta pensar que no volverás a recibir una llamada, un mail, un paquete de discos remitido por él. Que esa dirección de correo a la que tantas veces has dirigido misivas a partir de ahora quedará en silencio y no te responderá nunca más.
La verdad es que Raúl y yo nos vimos apenas 10 veces en los quince años que hace que nos conocíamos. Cuando alguna vez venía a Barcelona para montar una cena o una comida con la "conferencia este" de colaboradores. O bien en algún festival o certamen fuera de Barcelona o Madrid en el que habíamos coincidido. Me ha quedado pendiente hacerle esa visita en Madrid, en su feudo, que tanto le había prometido que haría.
No obstante las pocas veces que nos habíamos visto digamos en directo, nos unía (creo que a ambos) un gran afecto. Nunca olvidaré la primera vez que hable con él, que fue también la primera vez en que confió en mí. Sin conocerme de nada, tan sólo la referencia de un amigo común (Carlos Sampayo), me invito a subir en la nave de Cuadernos sin vacilar. Creo que él estaba más convencido que yo, que en aquel entonces nunca había escrito sobre música, de mis posibilidades (por pocas que fueran o que son).
También recuerdo la infinidad de veces que atendió mis llamadas con los más intempestivos requerimientos. Siempre con paciencia (paciencia de la que yo carezco), y con frecuencia considerando -como mínimo- lo que le decía. A veces eran cosas de enfoque, muy generales, otras eran detalles, más precisas. Mirándolo con perspectiva, creo que a veces le debía de decir tonterías pero, insisto, siempre me hizo sentir que le importaba lo que le decía.
Después de tantos años y tantas comunicaciones, no sólo de música o de la revista hablábamos. Estas cosas nos ocupaban la primera parte de las charlas únicamente. Después, entraban otros temas que compartíamos como amigos: aparte de cuestiones personales, también estaba la política (que como viejo militante a él le seguía interesando vivamente), o el fútbol: él era del Madrid y yo del Barça, y como pueden imaginar, siempre teníamos tela que cortar al respecto.
Raúl, por lo que le conocí, fue un tipo con una entrega total hacia el proyecto de Cuadernos, y como ya he dicho lo ocupó hasta el último aliento casi. Un proyecto, además, del que él fue el factótum absoluto. Un proyecto que pasó por algunas vicisitudes amargas (como la desparición de la edición en papel), pero de las que él supo reponerse. Como editor, fue un editor de ley. Siempre defendió a los suyos, y lo sé por propia experiencia. No sabemos que pasará con Cuadernos de Jazz, pero ahora no importa. Ahora lo único importante, y triste, es que ya no está entre nosotros.
No querría despedirme sin mandarle un fuerte abrazo a María Antonia, su compañera en la vida y en Cuadernos, que es la que debe estar llevando la carga más pesada ahora. Besos y abrazos.
Por lo demás, sólo resta decir, gracias, Raúl.
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