- He dicho que yo soy tan bueno como el que más, ¿no? –preguntó Arthur–. Y es lo que pienso. ¿Te crees que si ganó a las quinielas te daría un penique? ¿O se lo daría a alguien? Yo diría que no. Me lo guardaría todo para mí, aparte de algo para mi familia. Les compraría una casa y les dejaría la vida asegurada para siempre, pero los demás ya me lo pueden pedir de rodillas que no les daré nada. He oído que hay tipos que cuando ganan con las quinielas reciben miles de cartas con peticiones, pero ¿sabes lo que haría yo si las recibiese?: una hoguera con ellas. Porque no creo en eso de compartir ni en ser equitativo, Jack, como esos tipos que a veces echan discursos sobre unas cajas de detergente fuera de la fábrica. Me gusta escucharlos hablar de Rusia, de las granjas y las centrales eléctricas que tienen allí, porque es interesante, pero cuando dicen que si ellos llegaran a gobernar todo el mundo tendría que compartir y ser equitativo, eso ya es otro cantar. Yo no soy comunista, te lo digo, pero ellos me caen bien porque son distintos de esos peces gordos, los bastardos conservadores del Parlamento, y de esos infelices de los laboristas también. Nos roban los sueldos cada semana con pólizas de seguros e impuestos, y encima pretenden convencernos de que es por nuestro propio bien. Yo sé lo que me gustaría hacer con el gobierno. Iría por todas las fábricas de Inglaterra repartiendo series y más series de numeritos y rifaría la sede del Parlamento. «Por seis peniques, chicos –les diría–. Una buena casa grande para el ganador.» Y cuando hubiese logrado un buen pellizco me instalaría en algún sitio con quince mujeres y quince coches, eso haría… Pero, ¿te conté, Jack, que voté a los comunistas en las últimas elecciones? Lo hice porque pensaba que los pobres tipos no conseguirían ni un voto. Lo hice para ayudar a los perdedores. Ya ves, tampoco tendría que haberlos votado porque tenía menos de veintiún años, pero usé el voto de mi padre, que estaba en la cama con problemas de espalda. Le saqué la papeleta de voto del bolsillo de su abrigo sin que se diese cuenta y, en la cabina, les dije al poli que estaba fuera y al tipo de la mesa de dentro que yo era Harold Seaton, y ni siquiera se molestaron en mirar la papeleta. Y entré y voté. Así de fácil. No me lo creí hasta que volví a salir. Y lo haría otra vez, vaya que sí.
De Sábado por la noche y domingo por la mañana (1958)
Alan Sillitoe. Traducción de Mercedes Cebrián.
Editorial Impedimenta, 2011.
Albert Finney como Arthur Seaton
en la versión cinematográfica de Karel Reisz.
en la versión cinematográfica de Karel Reisz.